Entrevistando a Javier, el “Benjamin” de la familia iniciadora de la mítica paella gigante de Piriápolis, sentí nuevamente que los hermanos uruguayos tienen ese no sé que, esa mística para hacer cosas grandiosas desde la simpleza y la honestidad, esa sencillez para decir “nosotros” refiriéndose a su abuelo Carlos, que con 91 años también se embarcó en esta aventura con la misma frescura de su nieto de 26, o afirmar “le puse poca sal… para mí la paella del coreano estaba más rica que la muestra”.
“Una estadounidense con orígenes mexicanos, un uruguayo que se presenta a concurso con su abuelo (un español de 91 años nacido en Tui que se fue hace casi 80 años a Argentina) , un 'costarricense' de la Horta Nord de Valencia, un chino con casi dos décadas de trabajo en la capital levantina y, como no, una alicantina que domina el arte de los arroces a la llama como poca gente”, escribió el colega Jaime de las Heras en España, describiendo en un párrafo el sentir de la entendida platea que presenció este evento sin precedentes para la gastronomía uruguaya.
Y allá fueron, con hinchada propia a la marina de valencia, otra vez 3 millones de orientales los acompañaron a representar al país que tiene forma de corazón, en la parte sur de América. Brillaron, contagiaron buenas ondas y se divirtieron. Cocinaron para ellos y para el jurado, cambiando el repertorio y los ingredientes, pero no la esencia, esa que sentimos y disfrutamos todos cada primer sábado de diciembre durante más de 20 años, en la “Paella Gigante” inaugurando las temporadas de verano.
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