En la reciente celebración de Ferragosto, una festividad que mezcla tradiciones romanas y religiosas, se movilizarlon trece millones de italianos sumándose a unos cuatro millones de visitantes extranjeros que arribaron a los destinos estivales más populares del país donde se alteró la tranquilidad cotidiana de los habitantes del lugar.
En diversas zonas costeras como Cerdeña y Puglia se implementaron restricciones que van desde la necesidad de reservar acceso a playas mediante aplicaciones hasta la prohibición de plásticos, tabaco y, en algunos casos, sillas y toallas. El objetivo consistió en controlar el tamaño de las multitudes y reducir el impacto ambiental en estas áreas durante los días más concurridos del verano.
Las restricciones no se limitan a las playas. En Cerdeña, por ejemplo, las autoridades locales prohibieron nadar de noche, realizar fiestas en la playa y encender fogatas.
En la capital Roma, al igual que en las ciudades de Florencia y Venecia, se instalaron semáforos temporales en zonas turísticas para regular el flujo de personas y evitar bloqueos causados por quienes se detienen a tomar selfies.
La congestión vehicular también es un problema en destinos como la Costa Amalfitana, donde se regulará el tráfico limitando el acceso a vehículos con matrículas pares e impares en horarios específicos. Además, en la isla de Capri y en algunas regiones montañosas del norte de Italia, se implementaron tasas turísticas adicionales y controles en los senderos para evitar la saturación de visitantes.
El ministro de turismo italiano, Daniele Santache, reconoció la dificultad de gestionar el turismo masivo, pero considera que el "sobreturismo" es un desafío que el país está abordando de manera efectiva. Santache subrayó la importancia de prepararse para eventos futuros, como los Juegos Olímpicos de Invierno en 2026 y el Jubileo en Roma en 2025, que atraerán aún más visitantes, y destacó la necesidad de diversificar la oferta turística para aliviar la presión sobre los destinos más populares.